Desde aquel momento surgió una verdadera amistad entre San Martin y yo. Nos unía, en una especie de comunión espiritual, un amigo sin igual, que no era otro que el insigne euskaltzale arrasatearra Iokin Zaitegi. Juan y Iokin eran colaboradores desde los tiempos de Euzko Gogoa, exactamente desde los días en los que el mondragonés abrió al eibarrés las páginas de su revista.
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